Pongamos que


Pongamos que eres personaje de renombre (por cualquier desliz: la popularidad es inescrutable), y te contactan para firmar un proyecto (perdón, quise decir «producto») editorial. Pongamos que aceptas. Aumentará tu visibilidad, te aconsejan tus representantes. «De acuerdo —dices— me parece bien. Tú no tienes que pensar. La idea, trama, argumento, sinopsis y todo lo demás, en bandeja. A ti, un par de entrevistas que grabarán; para la sesión de fotos, ya quedáis otro día. Pongamos que cuentan con un equipo de profesionales como…, como los cinco deditos. Uno, el más negro y el más chico, lo escribirá del tirón: otro, más comprometido con la sintaxis del engendro, lo corregirá; el mayor, lo cuestionará; el índice, le dará el visto bueno; y el gordo, ya se sabe, se lo zampará. La otra mano le dará el empaque visual: cubierta, portada y contraportada; lo farragoso de la maquetación; las acritudes de la imprenta; el correveidile de publicitarlo; y el más gordo, como siempre, se lo comerá, porque alguien tiene que distribuirlo y todo lo demás.

Pongamos que el producto era un libro, ¿qué otra cosa puede ser un volumen paginado y plagado de palabras?

Pongamos que se oferte a los mi vientos.

Pongamos que somos lectores, a ratos. Algo confiados, o hasta mitómanos.

Pongamos que picamos, y hojeamos, incluso leemos (para eso hemos pagado y aguantado cola en la firma de la librería de turno, esa tan grande).

Y ¿qué leemos?

Pongamos que:

  • la escritura sea correcta (sin gazapos ni molestias)
  • el estilo, incuestionable
  • el ritmo, bailándonos el agua
  • el objeto, de diseño

…pero… no literatura, lo sabemos; aunque fuéramos idiotas, lo sabríamos (pongamos que lo somos, ¡qué importa, si ya hemos desembolsado!)

Ni siquiera denostaremos al «escritor», para ser un campeón de, no lo hace tan mal, pensaremos. Además, sabemos que él que solo firma, gran paso (antaño la nobleza ponía: «El Señor no forma porque es noble»).

Pongamos que hablo de esos ejemplares que estorban en las estanterías, usurpando un nicho (hasta biológico); esas sombras alargadas en los escaparates, ay, eso bultos que impiden ver con claridad.

2 respuestas a “Pongamos que

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