¿Desde el diván o detrás del espejo?


Cuando empezamos a escribir, algunas de nuestras vivencias se cuelan en la historia. Inevitable.

A veces, decidimos contar nuestra vida con un resultado autobiográfico, en forma de diarios (Anaïs Nin, Anna Franck, entre otras); de memorias (Simenon y una larguísima lista de escritores maduros); o novelando nuestra historia (lista innumerable).

Al lector le puede parecer que sea fácil: después de todo no hemos tenido que inventarnos el relato, sino contar, con más o menos veracidad, la historia de nuestras vidas. Sin hacer esfuerzos de imaginación, si acaso de memoria y de cierta honradez.

Esta práctica, la de explayar tu vida, lejos de ser fácil, resulta bien complicada. Sincerarse conlleva riesgos laborales… Veremos los porqués.

  • hacer pública la privacidad conlleva riesgos personales y sociales
  • la barrera entre lo privado y lo público se desdibuja en exceso
  • desnudarse en público es una práctica impúdica que vulnera nuestra intimidad y puede dañar la sensibilidad ajena
  • citar personas vivas del entorno ocasiona conflictos interpersonales
  • lavar trapos sucios o desvelar hechos acaecidos puede conllevar enemistades o hasta problemas legales

Para evitar estas consecuencias, los escritores siempre han recurrido a frases introductorias del tipo de «cualquier coïncidencia con la realidad es mera casualidad», precaución que ahorra pleitos pero no resquemores.

La mayor ventaja de contar las cosas cómo fueron (o al menos como nosotros las hemos vivido) es la catársis o liberación que se experimenta. La función terapéutica de la escritura desde el diván imaginario.

Si el escritor trasciende su realidad personal y se encarga de retratar aspectos más mundanos, sobre todo si practica la denuncia social, puede comprometer su propia seguridad (no hace falta ser un paranoïco para recordar algunos casos bastante recientes).

Hay artistas que, no obstante, convierten su persona en el principal material de su obra, como fue el caso de la pintora mexicana, Frida Kahlo, con sus auto retratos.

Lo habitual es que se acabe mezclando biografía y ficción, ya sea por etapas, ya sea entreverando ambas realidades.

A veces, eso despista al lector que se ha encandilado con el universo interior del escritor y lee con desgana ese nuevo imaginario que intuye menos vivido. Es lo que le está pasando a Aida Blanco con Amélie Nothomb. Nos lo cuenta en su fantástico blog: http://meriendolibros,blogspot.com.es

Hay quien dice que no hay nada tan poco auténtico como una autobiografía. Se podría añadir que no hay obra de ficción que no contenga tics personales, rasgos biográficos, aunque sean pequeños detalles. Ni lo autobiográfico es tan autobiográfico, ni la narrativa, pura ficción. La realidad, como sabemos, supera ambas aspiraciones literarias.

Lo interesante será aprender a colar, entre líneas, algunos de los episodios vividos, sin que el relato resulte pura confesión. O, si escribes tus memorias, darles un toque de barniz literario a ciertas situaciones que, de lo contrario, podrían resultar demasiado crudas o prosaicas.

Integración vida y obra, una interesante reflexión que acabo de escuchar en el taller literario que me ofrece Alejando Quintana, y que me viene al pelo para completar la mía. Justo en un momento en que interrumpo esta entrada y la dejo en borrador, por eso de hacer una pausa… A veces, escuchas o lees justo lo que andabas buscando…

Sus deducciones me tranquilizan: después de todo nada de lo que pueda pasar a un ser humano es exclusivo ni intransferible. Aunque personal, pertenece a la condición humana. Así que por mucho que nos retratemos o que nos escondamos, todos cojeamos, más o menos, del mismo pie. El sufrimiento, la alegría, o cualquier otra emoción, son universales. Cortados por un mismo patrón, los seres humanos no podemos resultar originales por mucho que nos empeñemos o por extrañas que hayan sido nuestras existencias. ¡Me siento aligerada!

Sin embargo, antes de concluir con ese mensaje liberador, quisiera comentar una reflexión que hacía Laura Freixas días atrás en un artículo en el que hablaba del porqué los lectores sentían tanta curiosidad hacia la vida privada de los escritores. Recuerdo que le comenté algo así como: «¿Más, los lectores queremos saber todavía más de esa persona que ya lo ha contado casi todo? ¿Acaso un desnudo integral?»

¿Cuál es mi posición? Coqueteo con la ficción; retoco el pasado imperfecto; cuento las cosas no siempre como fueron sino como me hubiera gustado que fueran; me callo otras; resucito amigos; amplio el objetivo en esos pequeños detalles que el vértigo me impidió saborear; señalo a los tóxicos; bailo con ángeles; cuento los episodios a medias; fantaseo con las sombras: enderezo renglones torcidos. Voy tirando, de a poco y como puedo, guardándome cartas en la manga para… cuando sea más mayor…

Lo normal es sonreír cuando nos hacemos la foto (no diré la palabra). También, poner cara de trascendencia.

A veces, queremos olvidarnos de nosotros mismos, de nuestros límites estrechos. Entonces salimos del espejo (del armario, de la cómoda, detrás del biombo, debajo de la cama, etc.) y jugamos a crear vidas ajenas. Como ese amigo imaginario de los niños solitarios. Y contamos historias inventadas, procurando que resulten verosímiles… Siempre desde nuestra perspectiva, la única que nos es posible, procurando que no se nos vea demasiado el pelo de la dehesa. Malabares entre lo vivido y lo irreal, entre lo propio y lo ajeno.

5 respuestas a “¿Desde el diván o detrás del espejo?

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  1. Recuerdo cuando estuve en una reciente conferencia en la universidad de Málaga, en la facultad de filosofía y letras. Se hablaba precisamente de esto, pero desde un punto de vista muy crítico. El conferenciante, un escritor propiamente dicho, Roberto Carrasco, comentó que leyó hace poco una obra autobiográfica (bastante mal escrita, a su parecer) donde el autor hablaba de su vida en tono trágico de principio a fin. Coincido con él en que la vida de una se queda corta; esto es, no me desvío mucho a lo que expone Alejandro en la cápsula y Laura en este artículo.

    Añadiría, en todo caso, la necesidad del escritor de reflexionar, y de no quedarse en una esfera de confort donde dependa en exceso de vivencias, puntos de vista y tergiversaciones. Uno se busca problemas, innecesarios todos ellos (o al menos, su mayoría), pero no por ello se garantiza llegar a niveles más altos o adentrarse más en su verdadera naturaleza, con todo este ejercicio de escritura. Quizás, mientras uno no se olvide de la parte terapéutica y a su vez, puede que más dura de la escritura (enfrentarse a los propios defectos, literarios y personales), pueda contar lo que quiera, avanzar como persona y enamorar al público. Todo, al final, depende del que escribe.

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  2. También es verdad que hay existencias muy trágicas. Hay personas, verdaderos héroes, capaces de sublimar y de transformar calvarios en arte.
    Luego están los quejicas que se ahogan en un vaso de agua y se quejan hasta por tener que respirar.
    Ya se sabe, en la viña del señor hay de todo. Y todo se puede transformar en literatura. Un saludo, Cristhien.

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  3. Es curioso y cierto, que como escritores, inevitablemente colamos nuestra vida en nuestra literatura. No me considero un escritor creativo, sino, un espejo de mi realidad y de mi contexto.

    Pasa, sucede. Tomo las experiencias más amargas de mi vida y las convierto en capítulos desoladores en mi novela, o los momentos más felices son esas escenas de mi vida que me marcarán para siempre.

    Finalmente, uno escribe porque realmente quiere transmitir algo, y por qué no, presentarlo a los demás, esperando de manera consciente o inconsciente, nos den su opinión o su perspectiva de la vida. En fin, la obra d el escritor está llena de joyas autobiográficas que no podemos dejar pasar. Un saludo y excelente tarde.

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  4. Suscribo tus palabras, Sebastián.
    De hecho la literatura nos enseña muchas cosas de la vida vista con otros anteojos. Y quién sabe si nosotros también podemos dar pistas a los lectores. En ello andamos, ¿no es cierto?
    Un abrazo.

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