Resistencia lectora


Libros para el encierro, claro que sí. Leeremos esos libros que se han acumulado en casa a la espera de ese tiempo libre que nunca llegó. Y ahora es momento. Hoy es ayer y mañana quién sabe. Y si se nos acaban, ¿qué? Entonces compraremos más. Vale, pero ¿dónde, si las librerías cierran? Pues los encargamos por internet. Ajá, ¿y quién los envía, quién los reparte, quién te hace la entrega? Pos, ¡el librero, el cartero, el mensajero! Ya…, pero ¿no es arriesgado? Nah, toman medidas, usan guantes, mascarilla, gel desinfectante. Hum… No sé yo… Me parece que es más seguro pedirlos en línea, en versión digital. Ebooks. Es momento de leer en lector electrónico, en tablet o en el móvil, que para algo estamos en el siglo XXI, ¿no crees?

Libros para el encierro, lecturas pendientes, libros olvidados. Libros liberados. Libros regalados. Libros, libros, libros. Hablemos de libros…

Des livres

Desde hace años y cada poco, sugiero la necesidad de crear una librería digital con esos catálogos de editoriales más pequeñas, más independientes.

Lo comento en las redes (sobre todo en Twitter, donde me «relaciono» con otros lectores, escritores, editores y libreros) y no soy la única. Otros lectores apoyan la propuesta. Hace unos meses alguien dijo que ya era un proyecto a punto de ver la luz. No hay modo. No soy del sector y por tanto desconozco los motivos por que la propuesta no se lleva a cabo. Seguramente hay razones de peso y a mí se me escapan. Si no es impensable que las editoriales, aun pequeñas, se resistan a ponerse al día, à la page. 

No se trata de quemar libros en hogueras (a 541 º Farenheit, temperatura necesaria para quemar papel, como nos ha enseñado Ray Bradbury). No se trata de enfrentar libro de toda la vida versus ebook. Se trata de ofrecer un mismo libro en papel y en digital.

Las grandes editoriales sí lo están haciendo, aunque todavía les quedan títulos por convertir. Faltan las pequeñas. Esa resistencia a quedarse en el siglo pasado ¿por qué? El siglo XXI es digital, da igual cómo nos pongamos; es lo que hay.

Cuando empezó la peste, libreros y editores creyeron hacer el agosto: tantos días de confinamiento por fuerza estimularán el consumo de libros. Pronto se les pinchó el globo: imposible garantizar la seguridad de las personas que forman la cadena de distribución de un libro desde la librería hasta la puerta del cliente, aunque este hubiera pedido su ejemplar en línea.

El libro es un objeto y un objeto físico se coge, se embala, se envía por correo postal, cumpliendo un recorrido no libre de riesgos de contaminación. Las librerías no forman parte del conjunto de establecimientos de primera necesidad. Se bajaron las persianas. Ni el agosto ni el Día del Libro, ni Sant Jordi ni la Feria Nacional de Madrid. Todo al traste… (En la medida de nuestros posibles, habrá que comprar libros para leer en verano, o cuando sea. Dios, aportar nuestro granito de arena, cuando esto pase.)

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Sin embargo, el encierro favorece la lectura.

Estoy segura de que habría sido una cliente vip de haber podido encargar ebooks a esa librería digital, utópica e imaginaria, repleta de novedades de pequeñas editoriales. Pero me he tenido que conformar con las librerías digitales donde encuentras los libros más vendidos, best-sellers, libros del mes, etc. No me quejo, en Kobo por ejemplo encuentro mucha lectura. Pero no siempre encuentro todo lo que busco.

En esta librería digital tengo una cuenta de usuaria y clienta. También una biblioteca donde guardo mis libros, leídos o por leer. Así que rebusco en la estantería y estos son los libros pendientes de lectura, todos hojeados pero sin acabar, y que  a este paso no acabaré nunca de leer… Me refiero al Ulises y al Quijote, sin duda los dos únicos libros que debería leer, pero no acabo de hacerlo.

 

 

 

Por si estas lecturas pendientes se me atragantan, tiro del servicio del préstamo electrónico de la biblioteca pública. Tengo dos cuentas de usuaria y esto es un poco trampa. Con la lectura soy como esos acaparadores que compran comida sin control.

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Luego descargo libros liberados, por cortesía de las editoriales Planeta, Acantilado y Errata Naturae. Una iniciativa bastante entredicha, pero que a mí me viene de perlas.

 

 

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Y este es un libro para estudiar, y voy de a poco. Recomendable y complicado para mí, profana en la edición. Pero a los indies no nos queda otra más que buscar y encontrar, y publicar como buenamente nos dejan. Por ejemplo, en digital.

Pero a mí donde me pilló el COVID-19 fue de camino a Siberia. Un novelón con el que algunas noches ni me atrevo. Me pone en mi lugar, tan cómodo, pero hay veces que prefiero descansar, que siga el convoy ancha es la estepa. Tan triste y penosa y dura es la triste historia de Zuleijá… Y no, para nada es cosa de un abrir y cerrar de ojos. kobo 7

Así que compagino con otra lectura, que tampoco es la alegría de la huerta y sigo varada en la Rusia estalinista, en Leningrado de donde rezo por que no me destierren. Esta novela corta me llega por cortesía de la editorial Errata Naturae que permite descargas de algunos libros de su catálogo por hacernos más llevadero el confinamiento. Ah, ¿de qué nos quejamos? ¿No queríamos distopías? Pues taza y media. Bueno, ahora ya la acabé y sigo con Zuleijá abre los ojos y entonces me escapo al Medio Oeste americano donde me solazo en un campus universitario de película, ahí donde vive El inquilino de Javier Cercas.

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Siempre a esa Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar. Un personaje con el que por momentos me identifiqué no tanto por su ejemplaridad un tanto naif (que también) como por el acoso del que es víctima. Acoso increíble, insólito, hasta paranoide, para quienes no hayan sufrido algo parecido.

Y por si fueran pocas lecturas, aún quedan fantásticos blogs, como Eterna cadencia, del que no me resisto a recortar algún fragmento de la clase magistral de Flannery O’Connor, que nos habla sobre el cuento como no le había escuchado a nadie de tan bien.

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Y claro que leer es un lujo y que la cultura es un lujo y que la vida misma también es un lujo. Y a veces se nos permite elegir, una miaja de libre albedrío, entre el atontamiento o la lectura. Otra evasión, sin duda. Quizás menos embrutecedora, quién sabe… Mientras se pueda, mientras nos dejen, mientras circulen los libros… aunque sea en digital, leamos. Leamos aunque sean las etiquetas del champú en el baño.

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Y ya recordarte que mis libros sí están de toda la vida en digital y se encuentran en Amazon. No hay pérdida. El formato mobi que impone Kinde no es cómodo si se tiene un lector electrónico de otra casa. Para eso está Calibre donde puedes convertir formatos (de mobi a epub en este caso, pero también de pdf a epub, etc.) y donde puedes armar tu propia biblioteca digital. Además Kindle también ofrece una aplicación gratuita que sí permite leer sus ebooks en otros dispositivos. No hay excusa.

Por si todo esto te resulta farragoso, te sugiero la librería digital Kobo donde solo tienes que registrarte para comprar ebooks, en este caso formato epub, y donde también están mis queridos libros emplumados.

(Además, aquí te dejo un pdf de mi novela Un mono en la despensa,  para leer gratis o si prefieres desde este blog por entregas.)

LEER COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA, PUES QUIÉN SABE SI TODAVÍA LO HAY. QUE NOS PILLE LEÍDOS. SI TIENE QUE ACUDIR EL DOCTOR A CASA, QUE SE ENCUENTRE UN LIBRO EN LA MESITA, ¿QUÉ MEJOR CREDENCIAL?

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