Presentaciones de libros


Las presentaciones de libros son actos sociales temibles para los lectores y temidos por los escritores. Son temibles porque dan vergüenza ajena, si el escritor es víctima de su timidez y titubea, se queda en blanco, o se nos viene arriba y suelta un monólogo egocéntrico insufrible, lo que es peor. La gente bienintencionada acude, a pesar de todo. Siempre me parece un milagro cuando, aun siendo la crónica de un rollo anunciado, el público se congrega… Digo «público» y léase «amigos, familiares, curiosos y algún lector». Para el escritor es un trago. Un mal trago, la verdad. Él no está para esas gaitas. Sobre todo, después de pasarse meses o incluso años encerrado en su habitación propia, devanándose los sesos con su obra, luchando contra sus demonios, abriendo sus heridas. No. Después de una temporada así, como quien dice en el infierno, no está presentable. Le falta arrojo de cara a la galería. Le faltan tablas ante la sociedad.

Y, sin embargo, debe hacerlo. Debe presentar su libro. Dar la cara, aunque preferiría no hacerlo. Desde luego que preferiría no hacerlo. Volver a su cuarto, ese propio sin el cual no podría escribir, y encerrarse a cal y canto. Tumbarse en el diván (si tiene) y taparse la cara con la manta. Desaparecer. «¿Quién me habrá mandado a mí escribir nada? Y menos todavía sacarlo a la luz, publicarlo. ¿Para qué convoco a nadie, si ni a mí me apetece hablar de mi libro, por qué iba a apetecerles a ellos escucharme disertar sobre esa chorrada que me dio por escribir? ¡En buena hora!», piensa el pobre escritor. Pero es tarde. Ya está en capilla y no le queda otra más que hacer de tripas corazón, de su capa un sayo y salir a la palestra. Es duro. Casi cruel. ¡Abochornante! Pero es lo que toca…

Así es el día después. Después de escribir, corregir, maquetar, editar, publicar, anunciar. Cuando ya llegó el mensajero con esa caja llena de… ¡el libro, los libros, todos los libros! Ese día toca enfrentarse, ya no consigo mismo (pues eso es justo lo que haces mientras escribes, y no hay tregua), tampoco ese combate con tu sombra (esa lucha sin cuartel de la que sales perdedor o noqueado o maltrecho, y no hay atajo). No. Ese día toca enfrentarse con los demás. Los otros. Esos lectores. Esos lectores que buscabas desesperadamente. Y ahí están. Sentados, apagando sus móviles, carraspeando. Esperando a que abras la boca. A que les cuentes algo. Algo de lo tuyo. Algo sobre tus personajes. Algo del vecino también les vale. Algo, ¡algo!

¿Algo? ¡Será por palabras! A veces puede pasar que no salgan, o salen inconexas que tampoco es manera… Pero palabras hay. Palabras hasta sobran, si me apuras. Y por que no salgan desmañadas, o a borbotones, por si el tartamudeo, en este tipo de actos suele haber alguien que oficia de presentador, por romper el hielo, guiar el protocolo, reconducir la situación, si se sale de madre. Ese alguien puede ser el librero, el editor. (¿Editor? ¿Has dicho «editor»? ¡¿ Dónde dices que anda, ese editor?!) O, como fue en mi caso, el bibliotecario. Sí, en mi caso fue el bibliotecario, Alberto Fernández, el encargado de presentar el acto que tuvo lugar en la Casa de Cultura de Pola de Lena, el pasado jueves 3 de enero a las 19 h.

Alberto y yo nos conocemos desde el Instituto, así que ya llovió (y en estas tierras os aseguro que llovió lo suyo), y como él bien dijo: «Es un gusto volver a compartir pupitre». Dicen quienes asistieron que el acto fue bien, que pasaron un buen rato, que fue ameno. Hasta pedagógico. Yo me alegro de que así fuera, y también me alegro de que ya pasó, ya pasó… Alberto me hizo preguntas y yo contesté. Entretanto… les hablé de mis libros. De mi colección Libros emplumados. De mis dos primeras novelas: Callejón con salida, Un mono en la despensa. Y, cómo no, de los dos últimos: Sal al cuento Sin vuelos, que para eso estábamos ahí, ¿no? Sí, ese era el momento de sus puestas de largo, la de mis doce relatos y la de ese poco de teatro.

Los libros se vendieron solos y hubo quien se quedó sin su ejemplar… Por mi falta de previsión comercial, por no pecar de optimista, había encargado pocas copias (¿no sería pura superstición, esa que te hace llevar paraguas por conjurar la lluvia?) En fin… que no se puede estar en todo… Y yo ahí fallé: faltaron libros. Ahora ya me llegaron más y ahora es cuando me temo tener que comérmelos con papas, a menos que me lance por ahí a hacer más bolos de estos, cuando la tibieza del sol me lo permita. Sea como sea, se vendieron libros, y eso siempre anima, ¡qué caray!

En el hall había colgado una muestra mis cuadros de tal modo que la exposición presidía la sala (una sala que inauguré hace nada menos que 44 años con mi primera exposición) y como telón de fondo proyectamos el blog. Firmar libros, reencontrarse con viejos amigos, alguna foto (¿por qué ya no damos un paso sin inmortalizarlo?). Cervezas en el bar de la plaza, y ¡ya está! ¡A otra cosa, mariposa!

¿Trucos para hablar en público? La verdad que yo sé más por vieja que por zorra, pero así y todo la víspera consulté un artículo que me vino al pelo (por cierto que me cambié el corte y me quité la hena: estaba horrorosa). Es del fabuloso blog de Gabriella Literaria y aquí os pego el enlace por si os encontráis un día de estos en un trance del estilo.

 

 

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