Entre Ulises y yo


Sigo en el intento de leer Ulises y digo «intento» porque no es novela que se lea de corrido. Vive dios que no. Tampoco es mi primer intento, aunque a cada intentona se me hace menos indescifrable y eso que todavía… No se sabe si algún lograré terminar esa lectura o si me quedaré por siempre intentando leer la novela de James Joyce. Esas cosas pueden pasar… Pero no es de mis dificultades como lectora de las que quiero hablar, sino de lo cerca que estaba de Joyce (sin saberlo) a pesar de la lejanía (en espacio-tiempo y en cuestiones de estilo, de rango y hasta de género). Os lo cuento.

Cuando era bachiller (en los años ochenta) me regalaron el Ulises y el libro se me hizo un mundo así que dejé la lectura inacabada. El libro fue a para vete a saber dónde.

Unas décadas más tarde, me pongo a escribir. Al terminar el segundo manuscrito de la novela, Un mono en la despensa, se lo envío a unas cuantas editoriales, entre ellas a Navona, y contacto con su editor, Pere Sureda. Mi libro no pasa el control de calidad aunque el editor me aconseja. Entre otras pautas, me sugiere la lectura de Ulises; consejo que sigo a pies juntos. Y ahí es cuando la novela del irlandés vuelve a mí, no sin sospechar si tal recomendación por parte del buen editor habrá sido un truco para mantenerme ocupada, que bien podría ser…

El caso es que, mientras sigo en el empeño de leerla, comparto un buen día algo sobre el escritor en mi página del Facebook  (tocaya del blog, Sin ti no soy maga).

Al poco recibo un comentario de Luli Reisz (con quien comparto amistad virtual; además de pariente lejano es un encanto), diciéndome desde la Argentina:

No sé si sabías que el suegro de Olga, José Salas Subirat, abuelo paterno de Anahí y demás hermanos, fue el traductor del Ulises al español. Le llevó años por lo difícil que era. Tanto que Jorge Luis Borges, lo declaró en su momento por la complejidad intraducible.
—No, no lo sabía —le contesto. Y, no pudiendo creérmelo, le pido que me aclare si el traductor del Ulises al español fue el consuegro de Justa y Atilano (parientes que se fueron a la Argentina).
—Sí, así es —me contesta Luli (esposo de una nieta de Justa y Atilano)—.
Como es fácil perderse en estos vericuetos familiares, máxime cuando media charco, intentaré explicarme mejor: mi familia materna, asturiana, procede de una aldea, o mejor dicho un lugar, llamado Armada, situado en los montes del concejo de Lena, no tan lejos de Babia. Este lugar —donde yo nací— formado por una docena de casas, por no tener no tiene ni capilla. Mi bisabuelo, Antonio Suárez de la Losa, tenía una hermana, la tía Rosa, madre de Atilano. Por tanto, mi abuelo, Manuel, y él eran primos carnales.
Atilano, casado con Justa, emigró a la Argentina, donde les nació una hija, Olga, quien contrajo matrimonio con Eduardo Salas, a su vez hijo de José Salas, escritor y traductor de la novela que nos ocupa —según me cuenta Luli Reisz (yerno de Eduardo Salas)—.
Pues fue así, gracias al casual comentario de Luli, cómo me enteré de que el primer traductor de Ulises fue José Salas Subirats, consuegro del primo de mi abuelo, Manuel Suárez. Me parece alucinante —no solo por la impensable complejidad de la tarea—, sino por la «proximidad» del parentesco, en lo que a mí concierne.
Sí, otra vez se me revela plausible la teoría de los Seis Grados de Separación (propuesta en 1929 por Frigyes Karinthy, escritor húngaro, en su relato, Chains) según la cual cualquier persona está conectada con cualquier otra a través de una cadena de conocidos con no más de cinco eslabones o puntos de unión, siendo solo seis niveles los que nos separan de cualquier otra persona del planeta. Solo seis pasos…
Entonces de Joyce hasta mí ¿solo seis pasos? Y pensar que yo lo veía tan lejano…
1. James Joyce, escritor irlandés >
2. José Salas, traductor del Ulises, al español >
3. Olga Martínez, esposa de Eduardo (hijo del traductor), nuera de José Salas >
4. Atilano Martínez, padre de Olga, suegro de Eduardo y consuegro del traductor >
5. Manuel Suárez, primo de Atilano >
6. Laura Antolín, nieta de Manuel.
Parece un galimatías pero solo son ¡los seis eslabones de la cadena! (al que podríamos añadir, por comprender mejor el enredo genealógico-literario, a Luli Reisz, marido de Anahí Salas Martínez, nieta de José Salas y de Atilano Martínez).

Y ya por darle cierto matiz de realismo mágico —o naturalista—, transcribir el relato de mi madre, Cecilia (hija de Manuel Suárez):

«En uno de sus viajes al pueblo, Justa y Atilano me trajeron una pulsera de oro. A esa pulsera le debemos mucho, sobre todo tú —me dice— que gracias a ella que te salvamos… Ya sabes que estabas tan mala de pequeña que no tolerabas ningún alimento y el médico nos mandó una leche de farmacia, muy cara. Pero fue cuando tu padre quebró en eso de construir escuelas, antes de tener que emigrar a Bélgica, y no teníamos ni con qué pagar esos botes de leche, así que tu padre empeñaba la pulsera para poder comprar esa leche en polvo. Ya después, cuando podía la desempeñaba. Sí, por eso quise que fuera para ti, la pulsera argentina, porque te salvó.» 

(No me la pongo casi nunca por miedo a perderla, más que joya es talismán.)

Y para no dejarles con sabor amargo y volver a las letras, ahí les dejo un artículo de Juan José Saer publicado en El País, el 12/06/2004, reivindicando la figura del insigne traductor José Salas (consuegro del primo de mi abuelo, como ahora ya sabemos).
 
El 16 de junio de 1904, James Joyce dio con Nora su primer paseo nocturno por Dublín, que le inspiró el recorrido de Leopoldo Bloom para Ulises (1922), jornada conocida como Bloomsday. Un libro que renovó la literatura moderna y se convirtió en un reto para los traductores. Ésta es la historia de su primera versión en español.
Una tarde de 1967, el autor de este artículo asistió a la escena siguiente: Borges, que había viajado a Santa Fe a hablar sobre Joyce, estaba charlando animadamente en un café antes de la conferencia con un grupito de jóvenes escritores que habían venido a hacerle un reportaje, cuando de pronto se acordó de que en los años cuarenta lo habían invitado a integrar una comisión que se proponía traducir colectivamente Ulises. Borges dijo que la comisión se reunía una vez por semana para discutir los preliminares de la gigantesca tarea que los mejores anglicistas de Buenos Aires se habían propuesto realizar, pero que un día, cuando ya había pasado casi un año de discusiones semanales, uno de los miembros de la comisión llegó blandiendo un enorme libro y gritando: «¡Acaba de aparecer una traducción de Ulises!». Borges, riéndose de buena gana de la historia, y aunque nunca la había leído (como probablemente tampoco el original), concluyó diciendo: «Y la traducción era muy mala». A lo cual uno de los jóvenes que lo estaba escuchando replicó: «Puede ser, pero si es así, entonces el señor Salas Subirat es el más grande escritor de lengua española».

El Ulises de J. Salas Subirat (la inicial imprecisa le daba al nombre una connotación misteriosa) aparecía todo el tiempo en las conversaciones, y sus inagotables hallazgos verbales se intercalaban en ellas sin necesidad de ser aclaradas: toda persona con veleidades de narrador que andaba entre los 18 y los 30 años, en Santa Fe, Paraná, Rosario y Buenos Aires, los conocía de memoria y los citaba. Muchos escritores de la generación de los cincuenta o de los sesenta aprendieron varios de sus recursos y de sus técnicas narrativas en esa traducción. La razón es muy simple: el río turbulento de la prosa joyceana, al ser traducido al castellano por un hombre de Buenos Aires, arrastraba consigo la materia viviente del habla que ningún otro autor -aparte quizá de Roberto Arlt- había sido capaz de utilizar con tanta inventiva, exactitud y libertad. La lección de ese trabajo es clarísima: la lengua de todos los días era la fuente de energía que fecundaba la más universal de las literaturas.

Aunque el hecho de haber sido el primero en algo no debe darle a la hazaña realizada más mérito del que posee intrínsecamente, es cierto que quien la lleva a cabo se expone a dos peligros que a menudo son las caras de la misma moneda: la crítica prejuiciosa y el saqueo. Tal ha sido el destino -que algunos, hay que reconocerlo, se empeñan desde hace algún tiempo en corregir- del extraordinario trabajo de Salas Subirat. Sería inadmisible que quien se abocase a una segunda traducción de Ulises al castellano pretendiese ignorar que existe ya la primera y tal parece haber sido la actitud del profesor Valverde, quien en las 46 páginas de su prólogo, rinde un elogio (justificado) a la versión del Retrato por Dámaso Alonso, pero no dice una palabra de la traducción de Salas Subirat, aunque cuando se comparan las dos versiones se entiende a menudo que las opciones de Valverde tienen como único justificativo la obsesión de no parecerse a la traducción anterior. Ningún traductor serio de Ulises puede ya ignorar que existen la primera y la segunda traducción (tal es el honesto principio adoptado por los autores de la tercera, Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas), y semejante conocimiento implica que esas traducciones funcionarán siempre como referencias inevitables. Cuando apareció la de Valverde, en cambio, un clima de desdén justiciero daba a entender que la segunda traducción llegaba por fin para reparar la inepcia incalificable de la primera.

En Internet, que es la patria natural del dislate, entre varias aberraciones relativas a la primera versión de Ulises, se menciona también el colmo en la materia, producto de una vulgar operación comercial: la masacre que un tal Chamorro cometió en 1996, corrigiendo «hasta un 50%» de la versión de Salas Subirat, a la que acusa de caer, entre otras cosas, » en localismos propios del habla porteña», como si un inglés de Londres pretendiese traducir los localismos populares de Dublín que figuran a granel en el original de Joyce al habla de Oxford. De ese acto de piratería, 51 años después de la aparición del libro en Buenos Aires, hasta quien lo comenta favorablemente no puede dejar de observar que «es en cierto modo una reedición de la traducción de Salas».

José Salas Subirat no era ni catalán ni chileno como la vaguedad usual de cierto periodismo literario pretendió revelar más de una vez; nació en Buenos Aires el 23 de noviembre de 1900 y murió en Florida, una localidad bonaerense, el 29 de mayo de 1975. Está enterrado en el cementerio de Olivos. Fue autodidacta y trabajó, entre otras cosas, como agente de seguros, oficio sobre el que escribió un manual: El seguro de vida, teoría y práctica. Análisis de la venta, que publicó en 1944, es decir, un año antes de que saliera la traducción de Ulises. En los años cincuenta publicó libros de autoayuda, como La lucha por el éxito y El secreto de la concentración, y una Carta abierta sobre el existencialismo, que Santiago Rueda incluyó en su catálogo. Pero había escrito novelas sociales y artículos en la prensa anarquista y socialista de los años treinta, y un libro de poemas, Señalero.

De su obra literaria, probablemente la traducción de Ulises sea la más perdurable realización. Pero sus libros de autoayuda y su tratado sobre la venta de seguros no resultan ni risibles ni indiferentes para quien ha leído a Joyce: Leopold Bloom hubiese podido escribirlos. El primer traductor de Ulises debe haber sentido lo que siente cada lector de verdadera literatura: que el libro que está leyendo habla sobre todo de él, del lector, y no de un mundo extranjero y lejano. Esa intensa revelación ha de haber sido el motor de su trabajo, que le permitió expresar su propia vida a través de un texto ajeno. Porque algo es seguro: dejando de lado las discusiones teóricas y técnicas sobre la traducción, es imposible no reconocer que el mundo de Ulises se parece más al de J. Salas Subirat que al de sus sucesores académicos.

2 respuestas a “Entre Ulises y yo

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  1. Me has dejado impresionada con tal parentesco! Todo un honor! Por la parte que me toca.. . Ulises, casualmente, es mi libro preferido, empecé a leer fragmentos cuando aún no tendría ni doce años, su forma me sedujo sutilmente.
    Eran fragmentos que durante mucho tiempo recordé como algo magico, el señor Bloom tan cotidiano y tan profundo al mismo tiempo, con una visión que recordava el realismo mágico de García Márquez, pero diferente.
    Paso mucho tiempo hasta que por fin llegó a mis manos Ulises, me lo prestaron con estas palabras » no soy capaz de leerlo, prueba tú qué lo lees todo» y me puse a la tarea sin pretension. Cuál fue mi sorpresa! en Ulises se fusionaban los fragmentos que durante años habían vivido de forma difusa en mis recuerdos, los reconoci de inmediato.
    Lo leí de una tirada, releyendo una y otra vez los fragmentos que me eran familiares, aquellos fragmentos que descubrí de forma casual en Digest Reader.
    Cuando acabe de leerlo y releerlo lo devolví a su propietaria, no se si la traducción era de José Salas Subirats, ahora no me queda más remedio que volver a pedir prestado Ulises, aunque solo sea para descubrir quién realizó la traducción.

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  2. ¿Ves qué cosas, Mabel? Tú que compartes desde el FB habrás visto en mi muro alguna publicación de «Cafés Martinez», pues ellos son los descendientes de Atilano Martinez y José Salas. Tienen una cadena de cafés, desde Buenos Aires hasta EEUU, pasando por… Sin ir más lejos, hace nada abrieron una en la Diagonal de Barcelona. Por cierto, qué curiosa tu experiencia con el Ulises… ¿No te parece fascinante la teoría de los seis pasos? Oye, gracias por pasarte por aquí y comentar.

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