Sin voz propia


Mis vecinos son casi todos andaluces, aunque nos decimos «adéu» porque vivimos en Cataluña. Algunos, mayores, todavía dicen «¡Con Diós!», y lo dicen con marcado acento de su tierra. A veces, alguien te habla en catalán. Pocas veces, más que nada en las ventanillas, cuando toca arreglar papeles, asuntos oficiales. El resto, para hablar del tiempo, de niños o de perros, se hace en español, con todos los acentos que van desde Almería hasta Ponferrada, incluyendo el mío, marcadamente asturiano.

Algunas personas son manchegas, lo adivino porque hablan como lo hacía mi abuela paterna. Es gracioso porque es como estar en dos países a la vez: el de andar por casa (español) y el oficial (catalán).

Antes yo hacía esfuerzos por hablar el catalán. Incluso he dedicado un tiempo a aprenderlo para sacarme el nivel C, necesario para aspirar a casi cualquier trabajo. Me lo dieron, el título. Leí a los escritores del país, porque leer es siempre una fantástica manera de aprender una lengua. Pero mi hijo me dice que hablo catalán con acento francés y que mejor no lo hable. Obedezco, más que nada porque tampoco ando haciendo papeleos cada día y, además, no tengo trabajo. Así que cumplo el expediente con cuatro frases hechas que llevo, arrugadas, en uno de mis bolsillos. Por si acaso.

La radio la pongo siempre en castellano porque solo escucho Radio 3. Lo mismo con la televisión (la regional no se puede soportar: pura propaganda independentista y yo, la verdad, la única bandera que me ocupa es el tendedero de mi casa —»tendal» diríamos en Asturias—…)

Con mi hijo hablo en español: castellano si me quiero poner seria (en una torpe imitación del tono castizo de mi viejo) y más asturiana si la cosa va de broma (el acento de mi madre y de toda su familia). Cada dos o tres días la llamo por teléfono, a mi madre. Por lo general la conversación adquiere un tono asturiano, es decir, familiar, aunque no hablamos propiamente en bable, como lo hacían mis abuelos, y sobre todo mi tío Ángel que, al ser sordo, no estaba en absoluto contaminado por el habla de los medios de comunicación y por lo tanto hablaba en un bable muy puro que tendríamos que haber grabado pues está en claro proceso de extinción, pero no lo hicimos.

Con mi marido hablamos en español. Un español digamos esquelético, básico, pues él es polaco y lo suyo no son los idiomas. Hemos tenido que adoptar algunas palabras polacas que decimos como que no quiere al cosa. Hace años ya se ha nacionalizado como español y consta como nacido en Manresa, lo cual no deja de ser irónico ya que a los catalanes se les llama «polacos» aunque ni ellos me saben decir el porqué.

Por lo visto sueño en francés. Lo sé porque a veces me da por hablar en sueños y quienes me han oído hacerlo así lo afirman. La razón es que el francés ha sido la lengua en la que aprendí a leer y a escribir, a jugar. Mi primera lengua. Un francés de Bruselas que no es idéntico al de los parisinos, aunque se trate del mismo idioma.

Cuando era pequeña ya me tocó vivir una situación de bilingüismo pues en Bélgica se habla flamenco además de francés.

Algunas veces, doy clases de Español para Extranjeros, ELE, y tengo que hablar como Tarzán porque mis alumnos son guiris.

Para escribir uso el castellano, aunque tengo tentaciones de hacerlo en francés (a la búsqueda de la voz perdida), pero no lo hago pues me he dado cuenta, al hablar con la familia de mi hermana pequeña que vive en París, que mi lengua está atrofiada, que suena arcaica o demasiado académica. No está al día.

En medio de todo este Babel, ¿cuál es mi voz? Deduzco que no la tengo y eso influye en mi falta de estilo. No es una justificación. Como dirían mis vecinos los andaluces: «Es lo que hay…»

7 respuestas a “Sin voz propia

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  1. Me encantó este panorama lingüístico que nos regalas, es divertido imaginarte entre todas esas opciones de lenguas para hablar a cada uno de los miembros de tu familia…en realidad me parece admirable!!!

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  2. Hola, Laura:
    Estupendo repaso por tu Babel particular. Un tema sobre el que hay mucha teoría académica y poco, o insuficiente, relato y vivencias personales. Me ha hecho gracia la parte en la que hablas de cómo te comunicas con tu marido. Yo con el padre de mi hija me comunico en un alemán plagado de faltas, que él no me corrige porque lo suyo no es la comunicación verbal (la verdad es que en ningún idioma), a veces paso al castellano y él siempre se queda con los chascarrillos y bromas que le encanta repetir hasta que se pone muy pesado.
    y ayyyy, encontrar la voz perdida, eso es otro gran tema que tendremos que hablar con más calma. ¡Qué de cosas tenemos en común! Sería estupendo poder llegar a conocernos en persona algún día.
    P.D.: He terminado tu libro. Me ha encantado, de verdad. Voy a hablar de él en el blog aunque todavía no he empezado a escribir nada.
    Eres una gran escritora.
    Un abrazo fuerte.

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  3. Hola. Aida:
    Está claro, habrá que merendar juntas una tarde, ¡tiene que ser!
    ¿Así que tú también eres «Jane»? Tiene sus compensaciones: se escribe más y se riñe menos…
    Estoy tan (pero tan) contenta de que te haya gustado el callejón. Por momentos sabía que andabas por ahí, y no quería ni pensarlo, ay, y si le parece de lo peor… Ya sé que te has puesto las gafas que se ponen para una primera publicación (sin respaldo), porque sé que conoces las dificultades de una primeriza… sin voz…
    Esta semana he encontrado libros interesantes en la biblio, pero yo no sabría comentarlos como tú haces. Me parece muy difícil, más allá del «me gustó» o «infumable». Bueno, querida amiga-lectora-crítica, hoy me has alegrado el día, ¡y de qué manera! Un abrazo enorme.

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